En los últimos quince años las tecnologías digitales se han incorporado a las prácticas migratorias alrededor del mundo. Hoy en día, las historias de los migrantes muestran cómo las tecnologías digitales les han brindado beneficios amplios. Al mismo tiempo, han incrementado los potenciales riesgos de vulneración de sus derechos. Durante septiembre de 2022, Centro LATAM Digital realizó una serie de entrevistas a profundidad con migrantes en Tijuana, Baja California. Allí, se identificaron experiencias y vivencias que revelaron en qué medida el uso de las tecnologías atraviesa el viaje de los migrantes en tránsito. A continuación, se recuperan algunas de sus historias. Puedes leer la primera entrega aquí y la segunda aquí.
Solo quiero avisar que (no) estamos bien
Al pie de una casa de campaña improvisada al interior de un bodegón gigante, Rosa me dice que puede hacer espacio para que tome asiento junto a ella. Le agradezco sobremanera el gesto porque tengo más de dos horas de pie entre encuestas y entrevistas. La mañana tijuanense en el exterior no rebasa los 27 grados, pero dentro del albergue, el encierro y las 280 personas hacinadas en tiendas de campaña hacen que la temperatura suba y que las bocanadas de aire se hagan espesas. La entrevista con Rosa se prolonga; tenemos que pausar en repetidas ocasiones porque se le quiebra la voz y las lágrimas le desbordan los ojos. La tragedia moviliza su tristeza: perdió a su bebé apenas un par de semanas antes de dar a luz. El deceso sucedió luego de dormir a la intemperie en las calles de Tijuana durante dos semanas. Cada que suspende el relato le pregunto si desea continuar, si no prefiere que hablemos después, pero Rosa se niega y sus intentos por seguir me parecen explicables solo por su necesidad de ser escuchada.
Rosa tiene 31 años, es mexicana, nacida en un municipio rural próximo al centro geográfico del país. Ahí se enamoró de Kevin, un migrante haitiano que llegó como trabajador de la construcción en un municipio aledaño. El amor floreció en poco tiempo, se casaron y tuvieron a su primer hijo —a quien veo entretenerse con unos videos infantiles en YouTube mientras hablo con su madre—. Aprovecho un espacio de distensión para preguntarle a Rosa cómo ha sido su experiencia con el uso de tecnologías digitales durante su travesía: “No (las uso) mucho, nunca fui muy de eso. Tenemos un celular nada más, yo no lo sé usar muy bien; comparto el teléfono con mi esposo, pero casi no lo uso, es más bien para que el niño se entretenga y no se aburra. Si no fuera por eso, no me parecería muy necesario”. De vuelta a su historia, la hora de partir de aquella población apacible llegó cuando el crimen organizado comenzó a hacerse más fuerte en la región. La amenaza llamó a la puerta de su hogar: Kevin debía decidir entre trabajar como agricultor para el cártel dominante de la región o que mataran a su nueva familia y luego a él. La pareja optó por una tercera opción: largarse, más necesario que nunca debido al embarazo de Rosa. Decidieron que irían rumbo a Estados Unidos, donde Kevin tiene familia, así que echaron a andar con apremio hacia Tijuana.
Pero el alivio de estar en Tijuana, a apenas a unos metros del país de destino, está nublada por la pérdida del bebé que Rosa resguardaba en su vientre; un niño deseado, imaginado y nombrado en español y en creole, que, aunque nunca nació, habitó la ilusión de sus padres como parte de la idea de una vida pacífica en alguna ciudad al norte del continente. Espero a que termine de contarme y a que restablezca su voz parsimoniosa y grave, cimiento de la compostura de una mujer cuyos ojos parecen haber vivido mil vidas. Le pido que me hable más sobre qué tan importante considera que ha sido internet durante su trayecto. Sin pensarlo demasiado, me dice que no mucho: “A mí eso no me interesa, podría no usarlo”. Luego se queda en silencio. Abstraída del griterío de los otros niños que juegan en las tiendas de campaña vecinas, contrae el ceño y toma unos segundos para reflexionar su respuesta: “Bueno, no, creo que sí ha sido importante para mí. Es importante porque con eso podemos comunicarnos fácilmente con nuestros familiares si sucede alguna cosa horrible. Si alguien muere, podemos avisarles pronto”. Su mirada vuelve a mí y su gesto se suspende sobre un nuevo silencio aprehensible en el dolor de su historia.
El fenómeno migratorio actual está atravesado por el uso de tecnologías digitales. Sabemos que las personas migrantes utilizan estos recursos para planificar sus trayectos, detectar riesgos durante el viaje, informarse sobre aspectos locales como mapas, rutas, clima y condiciones del mercado laboral, así como para establecer contacto con sus redes de apoyo. Asimismo, en la medida que prolifera la adopción de estas tecnologías, los especialistas en la materia están identificando los principales riesgos y vulnerabilidades que enfrentan las personas migrantes como: violaciones a la privacidad por parte de los gobiernos y de grupos criminales, y la falta de habilidades digitales para realizar actividades o tomar medidas que favorezcan una navegación segura en internet. Las historias de vida de las personas migrantes entrevistadas para nuestra investigación son un reflejo de esta realidad y una alerta para que distintos actores sociales nos involucremos en pensar, diseñar y poner en marcha una serie de medidas que promuevan una apropiación tecnológica acorde con el derecho a tener una vida digna.