Por Eugenia Mitchelstein
Facebook, WhatsApp e Instagram estuvieron desconectadas alrededor de seis horas el lunes 4 de octubre. Aunque no fue el primer apagón de esta plataforma, sí fue el más largo y el más generalizado. Durante ese tiempo, usuarios y usuarias no pudieron mandar mensajes a sus contactos, ni acceder a información sobre sus empresas en Facebook, ni promocionar productos y servicios por Instagram. El apagón se dio en todo el mundo, y la vuelta a la normalidad fue lenta y con retrocesos. El tráfico hacia otras plataformas, como Twitter, Telegram, Snapchat y Tiktok, aumentó mucho más de lo habitual, lo que ocasionó también algunos problemas como lentitud para cargar videos e imágenes. Más allá de los motivos técnicos de la caída de Facebook, y su eventual recuperación, es una buena oportunidad para reflexionar sobre las implicancias de este acontecimiento para el entorno digital.
En el libro “The Digital Environment: How Live, Learn, Work, and Play now” (MIT Press, 2021) (El Entorno Digital: Cómo Vivimos, Aprendemos, Trabajamos y Jugamos Ahora), escrito junto a Pablo Boczkowski, proponemos que el entorno digital, más que una simple suma de dispositivos y aplicaciones, es un ambiente en el que se desenvuelve gran parte de nuestras vidas, comparable al entorno natural y al entorno urbano. Los cambios en el entorno natural -una tormenta, un terremoto- tienen consecuencias para los seres humanos que lo habitan, así como los acontecimientos en el entorno urbano -un embotellamiento, una protesta masiva- modifican las actividades de quienes viven y transitan por la ciudad. De la misma manera, una disrupción en parte del entorno digital como la del 4 de octubre afecta nuestra comunicación y nuestra sociabilidad de manera significativa. Desde no poder encontrarnos con alguien con quien íbamos a coordinar por WhatsApp hasta perder miles de dólares de publicidad en Facebook e Instagram, esta caída nos obliga a cuestionar tanto el lugar que ocupan las empresas que controlan estas plataformas en nuestras vidas, así como a preguntarnos por su aparente solidez e inmutabilidad.
Primero, mientras la mayoría de los fenómenos naturales y urbanos son locales, hay cerca de dos miles de millones de usuarios en Facebook, casi mil millones y medio de usuarios en Instagram, y cerca de dos miles de millones y medio de personas en todo el mundo que dependen de WhatsApp para comunicarse con familia, amistades y colegas. La cantidad de habitantes del entorno digital afectados por este apagón fue varios órdenes de magnitud superior a quienes se verían afectados por disrupciones en la naturaleza o en una ciudad.
Si se hubiera dado de baja una sola de estas plataformas, por separado, el impacto hubiera sido importante para sus usuarios, pero no generalizado. Sin embargo, como las tres son propiedad de la misma empresa -Facebook, Inc., que perdió 5 por ciento de su valor en acciones solo durante el día de la caída – y usan la misma infraestructura, el apagón tuvo repercusiones en todo el planeta. En estos momentos, Facebook se enfrenta a una investigación por prácticas anticompetitivas y monopolísticas por parte de la Federal Trade Commission de los Estados Unidos, por, entre otras prácticas, comprar potenciales competidores para impedirles desarrollarse. Es interesante pensar cómo hubiera impactado el apagón si Facebook no hubiera adquirido Instagram en 2012 y WhatsApp en 2014. Si bien el efecto de red hace que sea difícil pensar en miles de plataformas de comunicación en Internet, ya que a los usuarios nos conviene estar donde estén la mayoría de nuestros contactos, que una sola empresa maneje tres de las principales plataformas puede tener consecuencias negativas e imprevisibles, como indica el colapso.
Segundo, aunque el entorno digital suele ser presentado como dado e inmutable, está configurado por millones de decisiones y acciones humanas. Si las plataformas y las tecnologías sobre las que corren fueran independientes de la actividad humana, el apagón no hubiera sucedido. La capacidad de intervenir, con consecuencias imprevisibles, marca la apertura y la indeterminación del entorno digital. Cuando se invocan “los algoritmos” como explicación para determinado fenómeno político o social, suele dejarse de lado que esos algoritmos son programados por seres humanos que trabajan para empresas y organizaciones con intereses y objetivos particulares que no siempre coinciden con los de la sociedad en su conjunto. Ni las tecnologías ni su interacción con la vida social tienen consecuencias predeterminadas. Como argumentamos en el libro “The Digital Environment”, así como los seres humanos modificamos el entorno natural, y construimos, destruimos, y reconstruimos ciudades, el presente y el futuro del entorno digital están abiertos a cambios, causados por la capacidad de actuar de las personas. No somos meros engranajes en la máquina de las plataformas.
Estas dos características -el lugar que ocupan algunas empresas de tecnología en nuestras vidas, y la indeterminación del entorno digital- fueron subrayadas por el apagón. La caída de Facebook, WhatsApp e Instagram, entonces, puede ser un punto de partida para que, como ciudadanos del entorno digital, nos preguntemos cómo creemos que debería regularse la propiedad de plataformas que están en posesión de muchos de nuestros datos y a través de las cuales gestionamos gran parte de nuestra vida cotidiana. Como individuos, como integrantes de comunidades, como votantes, como consumidores, tenemos una responsabilidad inclaudicable en moldear las plataformas del entorno digital, para nosotros y para el futuro.
Créditos foto portada: Brett Jordan